El patonejo: entre picos y orejas

Discutimos por patos y conejos mientras el mundo se desangra. Porque no sabemos cuándo callar...y cuando no.

El patonejo: entre picos y orejas
"El opresor no sería tan fuerte si no tuviera cómplices entre los propios oprimidos"Simone de Beauvoir

A y B están delante del patonejo.

Uno dice que es un pato. El otro, un conejo.

Y discuten con una intensidad que, si una viniera de otro planeta, pensaría que se están jugando algo más que una ilusión óptica malintencionada.

A habla del pico, B de las orejas, y yo, tercera en discordia pero sin derecho a voto, estoy un poco más atrás, en ese punto intermedio entre la lucidez y la desgana.

No intervengo, no porque no tenga opinión, sino porque esta escena la he visto tantas veces —con otros nombres, otras formas, otros pretextos— que ya sé reconocerla a distancia: una disputa feroz por clasificar algo que no necesita ser clasificado, como si la realidad fuese un mueble mal organizado que nos empeñamos en etiquetar, aunque los objetos no encajen bien en ningún cajón.

El patonejo es solo un dibujo, pero la necesidad de tener razón es real.

No porque importe si es un pato o un conejo, sino porque rendirse a la ambigüedad parece un fracaso del ego, y no lo que realmente es: un signo bastante decente de inteligencia.

Y yo…

Yo he sido todas.

He sido A, defendiendo un argumento menor con la vehemencia propia de una cruzada moral.

He sido B, firmando manifiestos de urgencia sobre cosas perfectamente opinables.

Y he sido C, callada, observando con esa mezcla de sorna y agotamiento que disfraza lo que en realidad era una duda mal digerida.

Solía pensar que posicionarse era, en sí, una forma de justicia. Que tomar partido —rápido, claro, visible— era lo que se esperaba de alguien comprometida. Y así lo hice. Y lo sigo haciendo, sobre todo cuando hay vidas de por medio, cuando la violencia no deja espacio para las equidistancias cómodas. Ahí no me callo. Nunca lo he hecho.

Sin embargo, también he defendido causas opinables como si fueran principios inamovibles. Me he lanzado de cabeza a discusiones minúsculas con toda la teatralidad de una revolución, he exigido coherencia absoluta en temas que no merecían ni media hora de atención, y he convertido la discrepancia cotidiana en una especie de campo de batalla retórico.

He confundido, más veces de las que quisiera admitir, el posicionamiento con la urgencia. Como si tuviéramos que reaccionar a todo de inmediato, como si no hacerlo fuera una rendición o una traición.

Y durante mucho tiempo creí que tener razón en lo pequeño, en los detalles, me hacía más sólida, más coherente, más fuerte en lo grande. Como si acumular razones fuera lo mismo que tener una brújula clara. Pero con los años me he ido encontrando, sin querer, desgastada por discusiones que ni eran realmente mías ni dejaban nada valioso después de pasar por ellas.

Mientras tanto, los asuntos verdaderamente graves seguían ahí, sin moverse, sin disimularse, nítidos y punzantes como siempre, sin ofrecer margen para las ambigüedades. Y he comprendido que no necesitaban de mi pureza ni de mi exactitud ideológica, sino de algo más difícil: mi claridad.

No estoy hablando de neutralidad. No va de eso. Hablo de responsabilidad. De saber cuándo hace falta decir algo en voz alta, con todas las letras, y cuándo el silencio no nace de la cobardía, sino del respeto por la complejidad que a veces exigen las cosas.

Y, sobre todo, de aprender que hay luchas que no requieren que yo opine, sino que escuche y atienda. Y que también existen otras que no me necesitan en absoluto, ni con voz ni con presencia.

Así que no, ya no me interesa debatir si el patonejo es un pato o un conejo. No porque el asunto no tenga su gracia o su trasfondo, sino porque he aprendido que hay cosas que, sencillamente, importan más.

Cuando a un pueblo se le arrincona, una y otra vez, hacia el despojo sistemático; cuando el mapa se redibuja a base de violencia y la única certeza es que los muertos siempre caen del mismo lado… entonces sí, hay que hablar. Con las palabras justas. Con las que falten. Incluso con las que duelen. Pero hablar.

Y aun así, aquí estamos. En este pequeño teatro que ya conocemos de memoria. En medio de una ilusión óptica sostenida por dos miradas obstinadas y una tercera que finge quedarse al margen, aunque lleva demasiado tiempo adentro como para seguir creyéndolo.

Y nada está realmente en juego, salvo esta disputa inútil por una figura que, por su propia naturaleza, no puede resolverse. Porque no está hecha para eso.

Aquí sí.

Aquí, por el amor de todas las categorías filosóficas, hacedme el favor:

cambiad el jodido sistema de referencia.

Created by potrace 1.15, written by Peter Selinger 2001-2017

Otros artículos

Gaza: el genocidio asistido por IA

Gaza: el genocidio asistido por IA

Iniciación al reversing

Iniciación al reversing

Miaunipulación digital

Miaunipulación digital

Herramientas de optimiauzación en Python

Herramientas de optimiauzación en Python

Tipos de datos en Python 

Tipos de datos en Python